LAVAMIENTOS DE PIES

EL LAVAMIENTO BÍBLICO DE PIES

 

Podría decirse que la Rúaj o Espíritu Kadosh danza con la Comunidad nazarena, pues los creyentes gozosos expresan su amor los unos por los otros, lloran, oran y entran en comunicación divina mientras lavan los pies de sus hermanos y hermanas. En medio de esta sinfonía de alabanza desaparece todo yodismo y se entra en un estado de alegría y éxtasis donde todo el mundo está descalzo y dejando que la Rúaj entre en el cuerpo.

 

El éxtasis en el Espíritu aunado con la forma de amar de os hermanos y hermanas se deja sentir en este comentario de una hermana de piel morena que recibió el lavamiento de pies y la purificación de parte de su pastor nórdico:

 

"...me dejé caer en la cama, en éxtasis constante por el lavamiento que me hizo con todo amor y por la purificación de mi cuerpo. Entonces, de la nada, vinieron a mí unas palabras como un susurro tranquilo en mi oído: "Nunca, nunca dejes de lavar los pies. Cada vez que lo hagas voy a saber lo mucho que me amas..."

 

De repente me llené de emoción. Me emocioné mucho. Finalmente entendí. Aquí está el Señor, mí Redentor que necesita saber de mi y del amor que siento hacia mis hermanos y él quiere ver que realmente lo amamos --todos los días – de grandes y pequeñas maneras"

 

El Lavatorio nunca ha sido aceptado universalmente en las iglesias a excepción de unas pocas orientales nazarenas. No obstante, ha perdurado como un rito ocasional. Hay pruebas que sugieren que algunos de los padres de la Iglesia lo asociaban con el Bautismo. Agustín de Hipona lo describe como un "signo sacramental maravilloso" y un "misterio noble" (Comentarios a Juan). Ambrosio de Milán lo interpreta como un acto sacramental que demuestra el "misterio de la humildad". Benito de Nursia (siglo VI) lo incluyó entre las disciplinas semanales que debían llevarse a cabo como un ejemplo de servidumbre amorosa. En el 694, el XVII Concilio de Toledo mandó que los obispos y sacerdotes que estuvieran en una posición de autoridad, lavaran los pies de sus subordinados. Bernardo de Claraval (siglo XII) recomendó que se hiciera a diario como sacramento para la remisión de los pecados.

 

Hoy, algunas iglesias litúrgicas practican el Lavatorio, casi siempre durante la Pascua. El ministro lava los pies de los hermanos y hermanas para demostrar que los que han sido ordenados al ministerio deben imitar la servidumbre del Señor hacia el pueblo del creyente. También, es parte de los servicios de consagración de sus líderes. En esa ocasión, el obispo lava los pies del sacerdote, novato, diácono o laico, para señalar que debe servir con un espíritu de amor y humildad. Ireneo de Lyon, uno de los primeros defensores de la sucesión obispal apostólica, insiste en que la autoridad eclesiástica radica en, «… el don del amor, más valioso que la gnosis, más glorioso que la profecía y superior a todos los demás carismas». Por ende, es un acto sagrado que demuestra la servidumbre amorosa de los hermanos y hermanas.

 

 

A lo largo de la historia, los movimientos de renovación o Restauración han adoptado el Lavatorio como una enseña de identidad contra de la jerarquía eclesiástica romanista. Tal fue el caso de los anabaptistas, quienes lo practicaban de un modo literal; es decir, recibían a sus visitas con una toalla y agua. Menno Simons escribe: «Lavad los pies de sus amados hermanos y hermanas que vienen de lejos, cansados. No se avergüencen de hacer la obra del Señor, antes bien, humillaros con Cristo ante sus hermanos, de tal manera que sea hallada en ustedes una humildad de calidad». Con el pasar del tiempo, los anabaptistas lo integraron al servicio de la Santa Cena. El artículo 13 de la Confesión de Fe en Perspectiva Menonita, aprobado por la Conferencia General de la Iglesia Menonita y las iglesias menonitas en 1995, establece:

 

Creemos que Jesús nos llama a servirnos unos a otros en amor como lo hizo él. En lugar de procurar dominar sobre los demás, estamos llamados a seguir el ejemplo de nuestro Señor, que eligió ejercer como un sirviente, lavando los pies de sus discípulos. Cuando se aproximaba su muerte, Jesús se inclinó para lavar los pies de sus discípulos y les dijo: «Así que si yo, vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros unos a otros los pies. Porque os he dado un ejemplo, para que vosotros también hagáis lo que yo os he hecho». Con este acto, el Señor manifestó humildad y una disposición servicial, llegando a entregar su vida por los que él amó. Al lavar los pies de los discípulos, Yeshúa escenificó una parábola de su vida entregada hasta la muerte por ellos, y del estilo de vida a que están llamados los discípulos en el mundo.

 

Los creyentes que se lavan los pies unos a otros manifiestan que son uno en el cuerpo del Mesías. Así reconocen su necesidad frecuente de limpieza, renuevan su disposición a deshacerse del orgullo y egos, y ofrecen todo su cuerpo y vidas en en servicio humilde y amor sacrificado los unos por los otros.

 

Muchas iglesias aceptan el Lavatorio como necesario para la espiritualidad y adoración de la congregación. W. J. Seymour lo incluye entre las 3 ordenanzas de la Iglesia. Para “Seymour, era un "tipo de regeneración" y un acto de devoción que inspiraba a la "humildad y caridad". La primera Asamblea General de la Iglesia de Dios declaró: «La Comunión y el Lavatorio de pies son enseñados por las Escrituras del Nuevo Testamento... [Por tanto] a fin de preservar la unidad del cuerpo y en obediencia a la Palabra sagrada, se recomienda que cada miembro participe en estos servicios sagrados... una o más veces al año». Entendieron que era uno de los "servicios sagrados" ordenados por las Escrituras. "Cada miembro" es exhortado a participar como muestra de su fidelidad a la Palabra "sagrada" y a la unidad de la iglesia. Además, aunque el comunicado oficial indica que se haga "una o más veces al año", solía celebrarse más a menudo. Incluso era parte de las campañas de avivamiento, los campamentos, las convenciones y servicios especiales.

 

A.J. Tomlinson escribió: “El servicio del Lavatorio de pies es uno de los más bellos y hermosos que llevamos a cabo. Ver a la pequeña multitud de santos humildemente postrados, los unos frente a los otros, en santa reverencia a Jesús y celebrando este servicio, sencillamente porque así lo dijo Jesús, sin darnos razón o explicación alguna, es una marca de devoción y sinceridad, digna de los mayores elogios...” Puede que lavar los pies encierre algo más profundo de lo que haya conocido este mundo.

 

La imagen de Yeshúa, levantándose de la mesa, quitándose las ropas, tomando una tolla, vertiendo agua en una vasija, postrándose ante sus discípulos y lavando sus pies, añade una acción profética al significado de la Encarnación. Esta historia es la introducción a su inminente muerte en la cruz, que es el punto culminante del descenso del Verbo. Yeshúa dijo: «Yo soy el Pastor, el Excelente; el pastor excelente da su vida por las ovejas… Nadie me la quita, sino que yo la doy de mi propia voluntad» (Jn 10, 11-18). “Su despojamiento nos ha revelado el esplendor del Padre. Clemente de Alejandría escribe: «El Señor comía en un simple plato y hacía sentarse a sus discípulos en el suelo, sobre la hierba; y les lavaba los pies, ciñéndose con una toalla; Él, el Elohím humilde, Señor del universo”.

 

Los creyentes somos llamados a despojarnos, humillarnos, y a vivir en sencillez y amor. Tal es la espiritualidad del Lavatorio: la comunión de servir. Se trata de un llamado difícil para creyentes que viven en una cultura que define la espiritualidad en términos de éxito y prosperidad. Si alguien desea participar en la comunión del lavatorio, antes que nada, debe experimentar la kenosis; es decir, vaciarse de sí misma. El joven rico que vino en busca de la vida eterna, recibió esa orden de Yeshúa: «Te falta todavía una cosa; vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme» (Lc 18, 22).

 

Cuando Kefah confesó, "eres el Mesías", Yeshúa se volvió hacia sus discípulos y les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8, 34). Pablo desafió a los filipenses: «Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo» (Flp 2, 3). El Lavatorio no es otro sacramento más, sino un estilo de vida. Por consiguiente, es una invitación a participar en la humillación de nuestro Señor quien se despojó de sus vestidos y se humilló a sus discípulos.

 

“Por lo tanto, si yo, siendo Señor y Rabbí, os lavé los pies, también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Pues yo os he puesto el ejemplo, para que también lo hagáis como yo os hice”.  

(Jn 13, 14-15 TIRY).

 

 

El Lavatorio es un acto sagrado por ser mandato de Nuestro Señor Yeshúa y es muy importante en la vida espiritual del creyente.

 

Es de interés lo que dicen algunos ministros de la Iglesia SUD (Mormona):

 

“El lavatorio de pies es una ordenanza del Evangelio; es un rito santo y sagrado, realizado por los santos en la reclusión de los santuarios de sus templos”.

Bruce R. McConkie ( Comentario Doctrinal del Nuevo Testamento, vol. 1 , 708)

 

Los primeros santos entendieron que estas ordenanzas debían hacerse en el Templo. No se necesita más evidencia que el cuarto verso original de "El Espíritu de Dios" que se encuentra en el himnario de 1836 "Una colección de himnos sagrados" de Emma Smith.

 

Nos lavaremos y seremos lavados,

y con aceite seremos ungidos,

Sin dejar de lavar los pies;

Porque el que recibe su centavo designado

debe estar limpio en la cosecha del trigo.

 

La ordenanza del lavatorio de los pies todavía se lleva a cabo en el templo, porque es una ordenanza restaurada, pero es parte de las ordenanzas culminantes del sellamiento que están reservadas para aquellos que aseguran su llamamiento y elección por medio de la fe. El erudito del templo Matthew Brown ha ofrecido esto:

 

El Señor mencionó en una revelación del 1 de noviembre de 1831 que había otorgado a sus discípulos la autoridad de “sellar tanto en la tierra como en los cielos” (D. y C. 1:8). Durante el mismo mes indicó que Dios el Padre revelaría a sus siervos quiénes deberían ser sellados “para vida eterna” mediante este poder (D. y C. 68:12). Luego, el Señor introdujo la ordenanza del lavatorio de los pies como el medio por el cual alguien podía quedar “limpio de la sangre de esta generación” (D. y C. 88:138-141), y cuando José Smith administró esta ordenanza, declaró que aquellos que lo recibieron no solo estaban “limpios” en un sentido ritual sino que también estaban “sellados para vida eterna” (HC, 1:323-24; ver también MD, 829-32). ((Matthew B. Brown, La puerta del cielo , 235.))

 

De hecho, el profeta José dijo lo siguiente en la ocasión sagrada, en un lenguaje que refleja D. y C. 132:26:

 

El 23 de enero nos reunimos nuevamente en conferencia; cuando, después de mucho hablar, cantar, orar y alabar a Dios, todo en lenguas, procedimos al lavatorio de pies(según la práctica registrada en el capítulo 13 del Evangelio de Juan), como lo ordenó el Señor. Cada Anciano se lavó primero los pies, después de lo cual me ceñí con una toalla y les lavé los pies a todos, secándolos con la toalla con la que estaba ceñido. . . . Al final de la escena, el hermano Frederick G. Williams, movido por el Espíritu Santo, me lavó los pies en señal de su firme determinación de estar conmigo en el sufrimiento o en el viaje, en la vida o en la muerte, y ser continuamente a mi mano derecha; en el cual lo acepté en el nombre del Señor.

 

Entonces dije a los Ancianos: Como yo he hecho, así lo hagáis vosotros; lávense, pues, los pies unos a otros; y por el poder del Espíritu Santo los declaré a todos limpios de la sangre de esta generación ; pero si alguno de ellos pecare voluntariamente después de haber sido así limpiados y sellados para vida eterna , debe ser entregado a los bofetones de Satanás hasta el día de la redención. ((HC, 1:323-324.))

 

Debe quedar claro para todos, ... el acto de lavar los pies ... Es una ordenanza eterna, con importancia eterna, entendida solo por santos ilustrados . Para que pudiera ser continuado por aquellos que tienen autorización divina para realizarlo. También dijo:

... ¿dónde entre las sectas de la cristiandad se hace esto? ¿Y cómo podría hacerse sino por revelación? ¿Quién sabría todo lo que está involucrado a menos que Dios lo revelara? ¿No es esta santa ordenanza uno de los muchos signos de la verdadera Iglesia? ((Bruce R. McConkie, Mortal Messiah: From Bethlehem to Calvary, vol. 4 , 36-41.))

 

 

Los sinópticos narran la institución de la Santa Cena junto con la Pascua. Juan presenta el Lavatorio junto con la Pascua (Jn 13, 1). No busca reemplazar la cena, sino interpretarla. Los 4 evangelios testifican que son experiencias redentoras. En los sinópticos, Yeshúa distribuye el pan y el vino (su cuerpo y su sangre) para establecer el pacto de la salvación. En Juan, lava los pies de sus discípulos para que tengan comunión con él (Jn 13, 8-10). Ireneo escribió: «… pues quien lavó los pies a sus discípulos, santificó y purificó todo su cuerpo». Atanasio de Alejandría implica una relación entre el Lavatorio y la crucifixión: «... en el mismo cuerpo con que lavó sus pies, llevó nuestros pecados en la cruz». En los sinópticos, la Santa Cena es un preludio de la cruz y representa el sacrificio de Cristo. En el Evangelio de Juan, el Lavatorio interpreta la cruz como el punto culminante del descenso del Hijo en su servicio a la humanidad. Este Lavatorio es descrito en términos del amor y la muerte expiatoria de Cristo.

 

Decimos que es un acto regenerativo, porque los discípulos fueron transformados mientras Yeshúa lavaba sus pies. “Si no se lo hubieran permitido, no habrían tenido "parte" con Él (Jn 13, 8). Por lo tanto, tiene una importancia redentora. Para los discípulos de Cristo, no se trataba meramente de sus conciencias, sino de su salvación individual. Al dejar que lavara sus pies estaban confesándole como su "Maestro y “Señor" (Jn 13, 13). Además, Yeshúa los mandó a lavarse los pies los unos a otros (Juan 13:14). Su obediencia era una afirmación de su discipulado.

 

Juan omite los detalles explícitos del bautismo de Yeshúa y la institución de la Santa Cena. Sin embargo, ambos sacramentos sirven como trasfondo para el tema de la salvación. Tanto el Bautismo como la Cena del Señor son el marco teológico para la escena en que Yeshúa lava los pies de sus discípulos y su posterior mandamiento a que hagan entre ellos tal y como él les hizo.

 

El Lavatorio define la Cena del Señor en términos del descenso del Hijo y su muerte en sacrificio. De igual manera, complementa el Bautismo y realza la continuidad de la vida de fe.  Juan Damasceno parece haber entendido estos 3 actos sacramentales como medios interrelacionados para recibir la gracia salvífica de divina:

 

Por lo tanto, recibimos un nacimiento del agua y el Espíritu (me refiero al santo bautismo) y la comida es el mismo Pan de vida, nuestro Señor Jesucristo, quien bajó del cielo. Pues, justo cuando estaba a punto de morir voluntariamente por nosotros, en la noche en que sería llevado, estableció un nuevo pacto con sus santos discípulos y apóstoles, y a través de ellos con todos los que crean en él. En el aposento alto, de la santa e ilustre Sión, después de haber comido la antigua Pascua con sus discípulos y cumplido el antiguo pacto, lavó los pies de sus discípulos como símbolo del santo bautismo.

 

Entiéndase que el Lavatorio no es la primera experiencia de regeneración ni un sustituto del Bautismo. Agustín dice que no era una costumbre aceptada en toda la Iglesia, porque algunos lo habían confundido con el Bautismo. “Sin embargo, afirma que celebrarlo durante la cuaresma, "podía dejar una impresión duradera". Juan presenta el Bautismo como el primero de los rituales de transformación (Jn 3, 3, 5), pero el Lavatorio es descrito como posterior, pertinente a la continuidad de la relación del creyente como siervo o sierva del Señor. El Bautismo corresponde al nuevo nacimiento; el Lavatorio se repite como parte de la limpieza que necesita el creyente. La conversación entre Yeshúa y Kefah refleja estas diferencias:

Kefah le contestó: ¡Jamás me lavarás los pies! Yeshúa le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Yeshúa le dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, pero no todos (Jn 13, 8-10).

 

El “Señor menciona un "baño" que bien pudiera referirse al Bautismo. Kefah hizo su confesión de fe y "nació del agua y de la Rúaj". Por lo tanto, ni él ni los discípulos tenían que volver a bañarse, sino mantenerse limpios. Yeshúa desea que sus discípulos estén "todo limpios" (Jn 13, 10).

 

El Lavatorio puede entenderse como una confesión, un acto sacramental, donde el poder de la Rúaj santifica a la comunidad mesiánica. John Christopher Thomas comenta:

 

“… el Lavatorio funciona como una extensión del bautismo de los discípulos, porque significa la limpieza continua del pecado adquirido (después de bautismo) por el contacto con un mundo pecaminoso. Este acto, por ende, es una señal de la comunión constante con Yeshúa”.

 

El Lavatorio es una expresión somática, de amor profundo y humildad, que se presta para la confesión de los pecados y la obtención del perdón: «Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho» (Jacobo 5, 16).

 

La presencia de los hermanos y las hermanas es una oportunidad para limpiar la culpa y pena. La parte ofensora debe buscar el perdón y la reconciliación con la ofendida (Mt 5, 23-24). La Iglesia responde con gentileza y ofrece el perdón. El Lavatorio provee para ello. Este sacramento debe ser visto como parte del ministerio sacerdotal de Cristo: «Él conserva su sacerdocio inmutable puesto que permanece para siempre. Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a el Elohím, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos» (Hb 7, 24-25).

 

Agustín interpreta este acto como parte de la peregrinación espiritual en el camino de la salvación. Lo dice el “Señor, lo dice la Verdad: quien está lavado debe lavarse los pies… ¿… que es sino que el hombre en el santo bautismo se lave todo entero, no con excepción de los pies; todo entero, pero enredado después en los asuntos humanos, pisa la tierra? Los mismos afectos humanos, sin los que no se puede estar en esta vida mortal, son como los pies de las cosas humanas que nos afectan, y de tal modo nos afectan, que, si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos y no está la verdad con nosotros. Diariamente nos lava los pies aquel que interpone su valimiento en favor nuestro , y nos es necesario lavar diariamente los pies, esto es, enderezar los caminos de los pasos espirituales… la Iglesia, lavada por Cristo con el agua y su Palabra, aparece sin manchas ni arrugas, no sólo en aquellos que, después de recibir el bautismo, son inmediatamente arrebatados del contagio de esta vida, ni pisan la tierra para no tener necesidad de lavar los pies, sino también en aquellos a quienes la misericordia del Señor sacó de este mundo con los pies limpios. Pero en todos los que aquí moran, aunque esté limpia, porque viven en la justicia, tienen, no obstante, necesidad de lavar los pies, porque no están exentos de pecado (énfasis del autor).

 

El Sumo Sacerdote lava los pies de sus discípulos y discípulas debido a sus fracasos, para que estén limpios del pecado. El camino de la salvación comienza con el Bautismo de arrepentimiento y agua. El Lavatorio es un medio de gracia para la limpieza posterior. El Espíritu, que reposa sobre las aguas bautismales, también se mueve sobre la vasija. El Bautismo representa el nuevo nacimiento, regeneración y la primera limpieza. El Lavatorio significa la limpieza continúa provista por la santificación, tan necesaria en vista de este siglo corrupto.

 

En un informe presentado ante la convención de la Iglesia de Dios en Alabama, H. G. Rogers escribió: “Nos gozamos grandemente. Dios estuvo con nosotros en la impartición de la Palabra. Algunos fueron salvos y otros fueron bendecidos de una manera maravillosa. El domingo, los santos se reunieron y participaron en la Santa Cena y el Lavatorio de pies. El Espíritu Santo se manifestó de un modo maravilloso. Un hombre fue santificado justo después de que sus pies fueron lavados. Oh, qué bien paga la obediencia a Dios y ser feliz. El lunes, 20 hermanos y hermanas siguieron al Señor en el Bautismo. El Señor los bendijo maravillosamente (énfasis del autor).

La  Asamblea es el cuerpo del Mesías. Pablo escribe: «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él» (1Co 12, 27). Como Cristo, la iglesia-hogar  debe ser la amiga de los pecadores no del pecado.

 

Si lavamos los pies de nuestros hermanos y hermanas estamos haciéndolo al Señor el culto de servirle El apóstol Pablo escribe en su I a Timoteo, el pastor de la iglesia efesia, sobre los requisitos para las viudas que buscan ayuda:

 

Que la viuda sea puesta en la lista sólo si no es menor de 70 años, habiendo sido la esposa de un solo hombre, que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos, si ha mostrado hospitalidad a extraños, si ha lavado los pies de los santos, si ha ayudado a los afligidos y si se ha consagrado a toda buena obra (1Tm 5, 9-10, énfasis del autor).

 

Aunque Juan fue escrito a finales del siglo I, de seguro ya existía una tradición oral sobre la ocasión en que Yeshúa lavó los pies de sus discípulos. El que Pablo haya decidido incluirlo entre las muestras de hospitalidad, de ninguna manera contradice que Yeshúa le haya dado una mayor importancia. ¿Acaso las viudas no deben imitar al Siervo divino? Yeshúa usó ritos familiares para establecer los rituales mesianistas. La Santa Cena parte de los elementos familiares de la Pascua. Al tomar el pan y la copa dijo: "Esto es mi cuerpo… esto es mi sangre". Tanto el Bautismo como el Lavatorio eran prácticas judías. Sin embargo, Yeshúa dijo: «El que crea y sea bautizado será salvo» (Mc 16, 16). Incluso, era de esperarse que los creyentes emularan el ejemplo de Yeshúa.

 

El Lavatorio es descrito como un acto de hospitalidad que refresca al huésped y purifica al anfitrión o la anfitriona. Agustín dice que era una costumbre prevalente y un acto encomiable de humildad cristiana:

 

Y los fieles, entre quienes no existe la costumbre de hacerlo con sus manos, lo hacen con el corazón… Pero es mucho mejor y más conforme a la verdad si se ejecuta con las manos. No se desdeñe el creyente de hacer lo que hizo el Mesías Nuestro Señor. Cuando se inclina el cuerpo a los pies del hermano o la hermana, se excita en el corazón, o, si ya estaba dentro, se robustece el amor a la humildad.

 

Agustín añade que también es una metáfora del servicio mesiánico:

 

Pero, aparte de esta significación moral, recuerdo que, al recomendaros la excelencia de esta acción del Señor lavando los pies de los discípulos, ya lavados y limpios, os hablaba de que el Señor lo había hecho refiriéndose a los afectos humanos de quienes andamos por esta tierra, a fin de que sepamos que, por mucho que hayamos progresado en la justicia, no estamos exentos de pecado, del cual nos limpia después con su valimiento, cuando pedimos al Padre, que está en los cielos, que nos perdone nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

 

Era un símbolo sacramental maravilloso y profundo, un signo de limpieza y salvación, instituido por el Señor. El Lavatorio es parte de la obra de la Rúaj santa en el altar. Ambrosio proporciona un precedente teológico para esta interpretación:

 

Mi Señor se quita la ropa, se ciñe una toalla, echa agua en la jofaina y lava los pies a sus discípulos: también quiere lavarnos los pies. Y no sólo a Pedro, sino a cada uno de los fieles nos dice: "“i no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos". Ven, “Señor Yeshúa, deja el manto que te has puesto por mí. Despójate, para revestirte de tu misericordia. Cíñete una toalla, para que nos ciñas con tu don: la inmortalidad. Echa agua en la jofaina y lávanos no sólo los pies, sino también la cabeza; no sólo los pies de nuestro cuerpo, sino también los del alma. Quiero despojarme de toda suciedad propia de nuestra fragilidad. ¡Qué grande es este misterio! Como un siervo lavas los pies a tus siervos y como el Elohím mandas rocío del cielo [...]. También yo quiero lavar los pies a mis hermanos, quiero cumplir el mandato del Señor. Él me mandó no avergonzarme ni desdeñar el cumplir lo que él mismo hizo antes que yo. Me aprovecho del misterio de la humildad: mientras lavo a los otros, purifico mis manchas. Esto, digo, es un misterio divino en el que deben mirar los que realizan el lavado. El agua no es, pues, el misterio celestial, mediante el cual logramos ser dignos de tener parte con Cristo. También hay otra agua con que llenamos la jofaina de nuestra alma… El agua es el mensaje del cielo. “Señor Yeshúa, deja que esa agua entre en nuestra alma, nuestra carne, que a través de la humedad de esta lluvia reverdezcan los valles de nuestras mentes y los campos de nuestros corazones. Que tus gotas caigan sobre mí y me revistan de gracia (o favor) e inmortalidad.

 

Ambrosio declara que el Lavatorio es un encuentro con el Espíritu de gracia, "el agua... del cielo" que transmite "gracia" e "inmortalidad". Era una experiencia espiritual, poderosa que lavaba sus pecados y renovaba su alma.

 

La celebración como puede ser efectuada:

 

En algunas comunidades mesianistas, el Lavatorio es llevado a cabo junto con la Cena del Señor. James L. Cross sugiere que son las dos partes de un mismo sacramento: «El uno entraña el otro y no basta con servir la Comunión. Por necesidad, también debe celebrarse el Lavatorio de los pies de los santos». Sus palabras nos dan una idea clara sobre la manera en que la Asamblea Redimida interpretaba ambos sacramentos. El Evangelio de Juan presenta el Lavatorio dentro del contexto teológico del Bautismo y la Comunión de la Cena del Señor. De ahí, se justifica tanto que se celebren juntos o por separado. Lo importante es que demos espacio a cada una de esas interpretaciones. Este sacramento se presta para una variedad de ocasiones y experiencias.

 

El Lavatorio puede celebrarse en conjunto a la Santa Cena como un ministerio de santificación. Yeshúa lavó los pies de sus discípulos para que "estuvieran limpios". Pablo exhorta a los corintios a que se examinen a sí mismos antes de sentarse a la Mesa del Señor. El Lavatorio es una oportunidad excelente para que los hermanos y las hermanas confiesen sus pecados, se desnuden juntos abiertamente, se abracen y reconcilien en el amor divino y que el Espíritu Santo los vivifique del agua sagrada de santificación, tanto de la comunidad, como de cada persona. De igual manera, puede observarse como un sacramento de comisión, pues ha sido asociado con la misión y el ministerio de la Iglesia. Su marco es la misión mesianistica. Los creyentes debemos recordar que nuestros santuarios y templos son lugares de descanso y refrigerio, pero debemos salir a la obra de la pesca. Hemos sido llamados a los campos. El Lavatorio nos recuerda que nuestros pies se ensucian mientras transitamos por este mundo. Los pies santos son instrumentos del evangelio en nuestros barrios, hospitales, escuelas, cárceles y doquiera haya gente sufriendo.

 

El apóstol Pablo exclamó: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio del bien!» (Ro 10, 15). Cada vez que recibamos a Mesías en la Santa Cena, debemos acordarnos de la Gran Comisión. El Lavatorio debe ser parte de las ceremonias de ordenación. Yeshúa lavó los pies de sus discípulos y los envió al mundo. Por ende, como ejemplo del verdadero ministerio del creyente debe ser parte de los servicios de ordenación de varones y hembras. Los candidatos y las candidatas al ministerio deben venir ante el altar y la congregación para presentarse a sí mismos como "sacrificios vivos, santos y agradables al Elohím" (Ro 12, 1). Entonces, son comisionados al ministerio por sus respectivas autoridades eclesiales. A continuación, sus líderes deben lavarles los pies para significar su dedicación al servicio.

 

El Lavatorio debe incorporarse a los servicios y las ceremonias de instalación ministerial. Cada vez que una comunidad reciba a un nuevo pastor o diaconisa, deben lavar sus pies como señal de consagración y dedicación. Esta ceremonia debe estar a cargo de la guái local. Este acto significaría que la congregación ha aceptado a su nuevo pastor o diaconisa y se ha comprometido a apoyarles.

 

Los hermanos varones oficiales deben lavar los pies a las mujeres hermanas ofrecidas en el ritual del lavamiento. Las mujeres de igual manera podrán lavar los pies de los varones ofrecidos durante el lavamiento. De igual manera, los pastores y las diaconisas deben lavar los pies entre sí como un acto de amor, devoción y servicio. Lo mismo debe ocurrir durante la instalación de los oficiales de la denominación. Creemos que también es bueno que los niños y niñas a partir de 8 años pueden hacerlo a otros niños y niñas o incluso a sus propios hermanos y hermanas adultos. Esto es un ejemplo simbólico del mandamiento del Señor y tendrá repercusión de humildad en el futuro para ellos. Al hacerlo, demostramos que somos consiervos/as de la iglesia-hogar nazarena del Amor o Asamblea Redimida en el Mesías (Mc 10, 42-45).

 

La Rúaj se moverá y empezará la obra de sanación de los cuerpos y espíritus. El Lavatorio puede ser parte de la celebración del Bautismo para los que deseen confesar sus pecados posbautismales. Recordemos que el Bautismo es un acto de iniciación irrepetible, mientras que el Lavatorio debe repetirse como símbolo de limpieza. Como tal, señala la posibilidad de la restauración. Por lo tanto, es apropiado celebrarlo conjunto al Bautismo. Una vez que haya llevado a las aguas a los nuevos convertidos, haga un llamado al arrepentimiento y la confesión de los pecados en el altar, donde luego, lavará los pies.

 

Ken Archer comenta:

 

A medida que lavamos nuestros pies, recordamos nuestras propias deficiencias; sin embargo, también experimentamos la declaración de Dios: "Tus pecados te son perdonados". La comunidad descubre que es un pueblo santo y real sacerdocio. El discipulado, la integridad, disciplina y santidad comunal son aspectos integrales de la travesía por el camino de la salvación.

 

Por supuesto, nada impide que lleve a cabo un servicio dedicado exclusivamente al arrepentimiento y la confesión, los cuales deberían ser importantes para la Iglesia-hogar Nazarena del Amor que esté en busca de un avivamiento (Hch 3, 19). Muchas veces nuestra adoración es obstaculizada porque hemos contristado o apagado el avivamiento de la Rúaj (Ef 4, 30; 1Tes 5, 19). Además, el testimonio de Mesías queda en entredicho cuando no reflejamos su carácter. Mesías nos ha llamado a ser un modelo de unidad y paz, pero duele admitir que hemos fallado. Nuestro Señor nos ordena que amemos y oremos por nuestros enemigos, que seamos "embajadores de la reconciliación" (II Corintios 5:20). En el “sermón del Monte nos dice:

 

Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga "Necio" a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga "Fatuo", quedará expuesto al Gehenna de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda (Mt 5, 22-24).

 

En ocasiones, nuestra adoración no es olor grato. No podemos acercarnos al altar divino con corazones llenos de ira, amargura, conflictos y divisiones. Casi siempre, son conflictos que involucran a comunidades enteras, porque nacen de las diferencias étnicas, económicas y geopolíticas. La Asamblea debe trascenderlos y convertirse en un pueblo profético que anuncie la redención. En este sentido, el Lavatorio puede convertirse en un acto profético que transmita y demuestre la gracia divina.

 

A veces puede una o uno ser sorprendido por la intervención divina de la Rúaj de Elohím y experimentar un éxtasis constante del Espíritu del Señor cuando empieza a moverse en tu cuerpo al sentir las manos y el amor que se produce durante el lavar los pies de tu hermana o hermano en Mesías. Delante de nuestras congregaciones, nos despojamos de nuestras vestimentas, nos arrodillamos y tomamos la toalla, lavamos así sus pies e incluso los besamos con amor para simbolizar la reconciliación entre nuestras comunidades. El Lavatorio se convierte entonces en una confrontación profética para toda la Iglesia.

 

También se realiza con los cuerpos desnudos entre cónyuges y en algunas iglesias de tipo mormón se pueden realizar entre varios hermanos y hermanas.

 

El Lavatorio es un sacramento de gracia que confronta profecía en  el corazón humano para que sanar nuestros conflictos. El Espíritu de gracia santifica a la comunidad. Otro de los contextos apropiados es la restauración de los creyentes que están fuera de la comunión. El cuerpo sufre cada vez que una creyente peca de tal manera que la disciplina conlleve su exclusión de la membresía. El ministerio sufre en su integridad cuando uno de sus ministros o ministras caen en pecado. La iglesia no ha sabido manejar el ministerio de la restauración porque es doloroso. A veces, no ocurre debido a la falta de humildad o arrepentimiento de la parte ofensora. Aun así, debe hacerse todo lo posible para sanar y restaurar la integridad y el compañerismo. La restauración también debe hacerse en público y el Lavatorio se presta para ello. En tales casos, las personas deben pasar delante de la iglesia, recibir la oración y entonces, dejar que su pastor o diaconisa lave sus pies. Otro de los contextos apropiados es el fomento de la unidad en amor fraternal.

 

Es una expresión visible de la Iglesia como la comunión del Espíritu Santo, que extiende su gracia a todos los hermanos y las hermanas en Cristo. Los himnos y las canciones deben reflejar los temas de la peregrinación espiritual, confesión, limpieza, restauración, servicio y misión.

 

Mientras prepara el servicio, se debe tener en cuenta varias cosas: Debe haber un cambio del agua durante cada lavamiento individual, una vasija y toallas frescas para cada persona. Como sacramento de humillación, es aconsejable que los líderes y las diaconisas laven los pies de la comunidad. Ese orden nos recuerda que el que quiera ser el mayor, deberá ser el siervo de los demás.

 

El Lavatorio interpreta la cruz como el lugar donde Yeshúa entregó con amor su vida por sus discípulos. Por consiguiente, para que exista purificación también se precisa después del lavatorio entregarse en amor los unos con los otros y  poner total entrega de tu cuerpo y ser al servicio de los demás.

 

Por eso se puede ver los lavatorios realizándose en completa desnudez cuando el avivamiento para la fecundación dentro del seno de la iglesia hogar y después de orar por el fuego del E.S. Ahí es donde se participa de un lavatorio total del cuerpo, incluso se lavan con cuidado y esmero los miembros sexuales que se van a unir seguidamente.

 

 

El Lavatorio nos recuerda que la iglesia es una comunidad de gracia que acoge y restaura a los cristianos que han pecado. Yeshúa mandó a los discípulos a lavarse los pies los unos a otros. Era un grupo polémico. Ese mandamiento es debatido, pero Jerónimo de Estridón nos recuerda que, «... nuestra profesión nos obliga a lavar los pies de quienes acuden a nosotros, no para discutir sus méritos». Hay que lavarlos porque están sucios. Dice Agustín de Hipona:

 

Pues ¿qué otra cosa parece dar a entender el “Señor en este hecho tan excelente, cuando dice: "Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo he hecho con vosotros", sino lo que claramente dice el Apóstol: "Perdonándoos mutuamente si alguno tiene queja contra otro; así como el  “Señor os ha perdonado, así lo habéis de hacer también vosotros"? Perdonaros, pues, unos a otros nuestros delitos y oremos mutuamente por nuestros pecados, y así, en cierta manera, lavemos nuestros pies los unos a los otros. Es deber nuestro ejercitar con su ayuda este ministerio de caridad y de humildad; y de su cuenta queda escucharnos y limpiarnos de todo contagio pecaminoso por Cristo y en Cristo, para que lo que perdonamos a otros, es decir, para que lo que desatamos en la tierra sea desatado en el cielo.

 

Puesto que cada creyente está "en Cristo", como miembro de su cuerpo, se convierte en una extensión del ministerio sacerdotal de Cristo cuando lava otros pies. Tertuliano dice que al encomendarnos a la misericordia de nuestros hermanos y hermanas, también, encontramos el sacerdocio de Cristo:

 

Allí donde están uno o dos fieles, allí se encuentra la Iglesia, y la Iglesia se identifica con Cristo o el Mesías. Por eso, cuando tú tocas el cuerpo de  tu hermano o hermana, estás tocando a Cristo, estás abrazando a Cristo, estás implorando a Cristo,, estas unido a Cristo. Y cuando tus hermanos derraman lágrimas por ti, es Cristo quien sufre, es Cristo quien por ti suplica a su Padre, obteniendo fácilmente lo que como Hijo pide y cuando gozas con tu hermana o hermano estás gozando del Cristo que habita en él o ella.

 

En otras palabras, nuestros pies en realidad son tocados por el sacrificio expiatorio de Cristo. El Lavatorio como Ministerio Yeshúa dice: «En verdad, en verdad os digo: el que recibe al que yo envíe, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe a Aquel que me envió» (Jn 13, 20). El lavatorio de los pies de sus discípulos encaja en su misión apostólica. Yeshúa es el Siervo divino, los discípulos son siervos del Divino y como tales son enviados al mundo. El apóstol Pablo utiliza 2 veces la metáfora de "los pies" para referirse a la proclamación del Evangelio (Ro 10, 15; Ef 6, 15). El atuendo apostólico del servicio cristiano incluye el calzado de la paz y un vestido de humildad (Ef 6, 15; 1P 5, 5). Nos dice que la Iglesia, como cuerpo de Cristo, tiene muchos miembros. Cristo es la Cabeza (Ef 5, 23) y a través del Espíritu Santo o la Rúaj ha impartido diversos ministerios (apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas) y oficios (el diaconado, obispado) (1Co 12, 28; Ef 4, 11). Estos son los pies del cuerpo. Cristo supervisa y orienta a su Iglesia. Sus ministros, ministras y oficiales siguen sus instrucciones para guiar al pueblo. Clemente de Alejandría entiende el Lavatorio como una preparación para la misión. Al comentar sobre el ungimiento de los pies de Yeshúa, dice:

 

Esta escena puede muy bien ser el símbolo de la enseñanza del Señor y de su pasión: sus pies, ungidos de oloroso perfume, significan alegóricamente la divina enseñanza que camina con gloria hacia los confines de la tierra... los pies perfumados del Señor son los apóstoles que, como lo anunciaba la fragancia de la unción, recibieron el Espíritu Santo. Los Apóstoles que recorrieron toda la tierra y predicaron el Evangelio son llamados alegóricamente los pies del Señor... Y Él mismo, el Salvador, cuando lavaba los pies a sus discípulos y los enviaba a realizar buenas obras, quería simbolizar los viajes que habían de realizar para el bien de los gentiles y que serían coronados con una gloria sin mancilla, que había preparado con su propio poder.

 

En cuanto a las características de los siervos y las siervas de la Iglesia, La Constitución Eclesiástica de los Apóstoles (documento del siglo IV que refleja la tradición y derecho eclesiásticos) afirma:

 

Pues habiendo tomado la toalla, se la ciñó. Luego, puso agua en una vasija y mientras comíamos la carne, vino y nos lavó los pies, secándolos con la toalla. De esa manera nos demostró su afecto y bondad fraternal, para que hiciéramos lo mismo, los unos a los otros. Si, entonces, nuestro Señor y Maestro se humilló a sí mismo, ¿cómo podrían ustedes, los obreros de la verdad y administradores de la piedad, avergonzarse de hacer lo mismo hacia los hermanos débiles y enfermos? Por tanto, ministren con una mente amable, sin murmurar ni sublevarse; pues no lo hacéis por el hombre, sino por el Elohím, quien habrá de recompensar vuestro ministerio en el día de su visitación.

 

La autenticidad del ministerio nazareno no radica solamente en la audacia o el carisma. La mejor definición es que esté dispuesto a quitarse las vestiduras, tomar la toalla, llenar la vasija y lavar los pies del pueblo del Elohím. El Lavatorio ejemplifica la autenticidad del ministerio nazareno, pues abrazamos los sufrimientos de Cristo por el bien de la iglesia. Junto a Pablo, decimos: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por su cuerpo, que es la Asamblea» (Col 1, 24).

 

Lavar los pies de Yeshúa

La Biblia narra dos ocasiones en que los pies de Yeshúa fueron lavados: Lc 7, 36-45 y Jn 12, 1-8. En estas historias, dos mujeres le demuestran su amor. Ambas son interpretadas como salvíficas. En Juan, Miriam, la hermana de Elazar, unge los pies del Señor con perfume y los seca con su cabello. Miriam era una mujer justa, una discípula dedicada, que acostumbrada sentarse a los pies del Señor a escuchar sus enseñanzas. Yeshúa dijo una vez: «María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» (Lc 10, 42). Su acto de devoción llenó la casa con la fragancia de los perfumes. Esto ocurrió justo antes de la Pascua y el evangelista lo interpreta como la preparación para el entierro del Señor crucificado. En el capítulo 13 de Juan, Yeshúa lava los pies de sus discípulos para que tengan parte con él. Miriam fue la única que tuvo la visión profética de anticiparse al sacrificio del Señor como el Cordero del Elohím. Ungió y lavó los pies que lo llevarían a la cruz. En Lucas, una mujer toma un perfume costoso para ungir los pies de Yeshúa, lavarlos con sus lágrimas y enjugarlos con sus cabellos. Shimón, el fariseo, se ofendió al verla en su casa. Pero Yeshúa la recibió, porque es el amigo de los pecadores: «Tus pecados han sido perdonados... Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Lc 7, 48-50).

 

Ambrosio de Milán la describe como un ser herido que andaba en busca de la sanidad ofrecida por el Gran Médico. Sus lágrimas representan los dolores del arrepentimiento. El que limpiara sus pies con sus cabellos era "el abandono de la pompa mundana". “Sus besos son expresiones de una devoción profunda. Así,  "…se quitó de encima su pecado y el mal olor de su extravío".

 

Ambrosio, conmovido ante su propia maldad, ora arrepentido: "¡Resérvame para mí también, oh Jesús, el poder lavar tus pies, esos que has ensuciado mientras caminabas conmigo!... Pero ¿dónde encontraré el agua viva con la que podré lavar tus pies? Si no tengo agua, tengo mis lágrimas".

 

¡Haz que, lavándote los pies con ellas, yo mismo me purifique!». Entiende que vive en Cristo y Cristo en él (Col 1, 27). En su mente estaba claro su pecado y que los pecados de la humanidad habían sido imputados a Cristo. Por eso, pide la oportunidad de lavar los pies de Cristo, de tal manera que, al igual que la mujer pecadora, encontrara la paz salvadora.

 

Un obispo anónimo (siglo III) cita la historia de la mujer que lavó los pies del Señor en su polémica contra Novaciano, un presbítero cismático de la Iglesia de Roma que se oponía a la restauración de los obispos y sacerdotes que recapitularon de la fe durante la persecución Deciana. El cisma amenazaba la unidad de la Iglesia, pues implicaba que no había remedio para el pecado posbautismal. El obispo responde:

 

... la restauración es posible para aquellos que se arrepienten, oran y laboran… así vemos en el evangelio, donde se dice de una pecadora… y se situó a los pies del “Señor y lavó sus pies... He aquí, el “Señor perdona su deuda con su amabilidad liberal... ¡He aquí Aquel que perdona los pecados; he aquí a la mujer arrepentida, llorando, ¡orando y recibiendo la remisión de sus pecados!

 

El Lavatorio marca la restauración de los pecadores.

 

 

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