EL ÁRBOL DE LA CIENCIA DEL BIEN Y EL MAL

 

contribuido por nuestra amada hermana Angélica L.

22-02-2024

En hebreo, וָרָע טוֹב הַדַּעַת עֵץ (Etz ha-ddaat tov vara) es uno de los 2 árboles del Paraíso en la historia del Jardín del Edén, en Génesis 2-3, junto con el árbol de la vida.

El Elohím Creador lo usó como símbolo de su derecho a establecer las normas de lo que es bueno y lo que es malo para los seres humanos (Gé 2:9, 17).

 

¿Qué fue realmente el fruto del Árbol prohibido del Edén?

El hombre podía comer de todos los árboles frutales de Edén “hasta quedar satisfecho”. (Gé 2:16.) Sin embargo, había un árbol, el “de la ciencia del bien y el mal”, que estaba acotado para la pareja humana. Javah (Eva) mencionó la prohibición que YHVH había impuesto a su hombre, entendiendo que incluía hasta el ‘tocar’ el árbol, lo que resultaría en la pena de muerte por falta de respeto y violación al mandato divino (Gé 2:17; 3:3.) Las explicaciones tradicionales en cuanto a qué era el fruto prohibido han sido varias. Se ha dicho que es símbolo de las relaciones sexuales, representadas por una “manzana”; el mero conocimiento del bien y el mal, y el conocimiento obtenido al alcanzar la madurez y mediante la experiencia, un conocimiento al que puede darse un buen o un mal uso. No obstante, en vista del primer mandamiento divino dado a toda la humanidad de “Fructificad y multiplicaos. Llenad la tierra…” (Gé 1:28 Biblia Textual 4ª), es obvio que el fruto prohibido no puede representar el tener sexo. Tampoco puede significar la mera capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, pues para obedecer el mandato divino el hombre sin pecado debía poder hacer uso de esta distinción moral. Ni tampoco podría referirse al conocimiento obtenido con la madurez, porque no sería un pecado por parte del hombre alcanzar este estado, ni sería lógico que su Creador le obligara a permanecer en un estado inmaduro.

 

Las Escrituras no dicen a qué género pertenecía el árbol. No obstante, es evidente que el árbol de la ciencia del bien y el mal simbolizó la prerrogativa divina que se reserva el Creador del hombre de designar lo que es “el bien” y lo que es “el mal” para sus criaturas, y luego requerir que se practique lo que se ha declarado bueno y se evite lo que se ha pronunciado malo a fin de permanecer aprobado por YHVH, el Gobernante Soberano Universal. Tanto la prohibición como la sentencia que se pronunció sobre la pareja desobediente ponen de relieve el hecho de que fue el acto de desobediencia de comer el fruto prohibido lo que constituyó el pecado original. (Gé 3:3.)

 

Aunque a algunos críticos modernos les extraña la sencillez del relato edénico, debería ser obvio que en aquellas circunstancias era más apropiada una prueba simple. La vida del hombre y la mujer recién creados era sencilla, no estaba complicada y sobrecargada con todos los problemas complejos, las situaciones difíciles y la perplejidad que la desobediencia al Creador ha traído desde entonces. No obstante, a pesar de su sencillez, la prueba expresa de manera concisa y admirable la verdad universal de la soberanía divina, así como la dependencia y deber del hombre para con Él. Y hay que decir que aunque el relato de los acontecimientos ocurridos en Edén es sencillo, su nivel es infinitamente más elevado que aquellas teorías que colocan el comienzo del hombre, no en un jardín, sino en una cueva, y lo representan como un ser bruto y carente de sentido moral. La sencillez de la prueba puesta en Edén ilustra el principio que declaró milenios más tarde Yeshúa el Mesías cuando dijo: “El que es fiel en lo muy poco, también es fiel en lo mucho, y el que en lo muy poco es infiel, también en lo mucho es infiel”. (Lc 16:10 BTX4ª)

 

Sin embargo, es obvio que el propósito del árbol prohibido e Edén no era servir de espina en la carne para la pareja humana, ni fue designado así con el fin de plantear un problema o servir de objeto de controversia. Si Adam y Javah hubieran reconocido la voluntad divina y respetado sus mandamientos, su Paraíso no se habría perdido y seguiría siendo un lugar de placer y gozo. El registro muestra que fue el adversario del Elohím, la serpiente antigua, un ser reptiliano quien impuso ante la humanidad la cuestión y la controversia sobre el árbol, junto con la tentación de violar el mandato divino. (Gé 3:1-6; compárese con Apoc 12:9.) Nuestra amada diaconisa Armida dijo en una ocasión: “El maligno no tiene ninguna ciencia del bien porque ni la entiende”. Si con la Rebelión del Maligno nunca jamás puede haber “ciencia de lo bueno” todo lo que produce es para mal de la humanidad. La cuestión está más que probada.

 

El que Adam y Javah ejercieran su libre albedrío para rebelarse contra la legítima Soberanía de Su Creador les condujo a la pérdida del Edén y de la bendición de vivir dentro de sus límites. Como consecuencia aún más grave, perdieron la oportunidad de comer de otro de los árboles de Edén, aquel del que podían obtener representaba el derecho a la vida eterna. El relato dice que YHVH “Y dijo Elohim: He aquí el hombre ha llegado a ser como uno de Nosotros, conocedor del bien y el mal. Y ahora, no sea que extienda su mano y tome del árbol de la vida, y coma y viva para siempre. Y Adonai Elohim lo expulsó del paraíso de Edén para que trabajara el suelo del que había sido tomado. Y expulsó Alef-Tav al hombre y situó querubines al oriente del paraíso de Edén, con la espada flameante que se revuelve para guardar el camino del árbol de la vida.”. (Gé 3:22-24. BTX4)

Notemos que El Elohím (Dios) estaba hablando con varias criaturas de Su mundo “como uno de Nosotros” ángeles o también su Hijo en su existencia pre-mesiánica. El comer de ese otro árbol vivirían a la semejanza de los Elohím, siendo eternos como son el Padre y el Hijo.

 

El Relato Bíblico y las Mitologías Paganas.

       La escuela comparatista ha querido encontrar paralelos de estos relatos bíblicos en las literaturas del Antiguo Oriente. Así se ha comparado el “árbol de la vida” con la “planta de la juventud” del poema de Guilgamés. Y de la misma epopeya se ha querido sacar un paralelo con la narración bíblica sobre la caída del primer hombre. Según dicho poema épico, Eabani (o Enkidu, según la lectura actual), amigo de Guilgamés, primero vivió con las fieras y después fue tentado por una prostituta, siendo captado así por la vida sensual de la ciudad. En el relato bíblico se aludiría también a la iniciación sexual de los primeros padres. El parecido, en realidad, se limita a que tanto Adán como Enkidu vivieron, antes de conocer a una mujer, solos con los animales. Nada en realidad más específico da pie para posibles interferencias literarias. Otro caso de nulo paralelismo es la historia del mito de Adapa. Este, hijo de Ea, rehúsa tomar el “manjar de la vida,” con lo que no consiguió la inmortalidad (Ch. Jean, Le Milieu Biblique II 97-98). El paralelismo es antitético: Adapa no consigue la inmortalidad por no tomar el “manjar de la vida,” y Adán pierde la inmortalidad por querer tomar del “árbol de la vida.”

       Ya hemos hecho mención de los dos árboles de la literatura sumeria: el “árbol de la verdad” y el “árbol de la vida,” que están a la puerta del cielo. En tiempos de Gudea se da culto a un dios-serpiente llamado Nin-gis-zi-da “señor del árbol de la verdad.” (Cf. P. Dhorme, art.c.: RB (1907) 271. Cf. P. Dhorme, art.c.: RB (1907) 271.) Finalmente, hemos de recordar el famoso cilindro sumerio del tercer milenio a.C, conservado en el British Museum, en el que aparecen 2 personajes sentados con dos cuernos (símbolo de la divinidad), uno a cada lado de una palmera, con las manos extendidas, como deseando coger el fruto. Detrás del personaje de la izquierda aparece erguida una serpiente. En 1911 se encontró, procedente de Ur, un cilindro semejante. Naturalmente, al punto se buscaron las posibles analogías con el relato bíblico, y las opiniones sobre su sentido no coinciden, pues mientras para unos es un eco de la historia bíblica, para otros la serpiente es simplemente el símbolo del genio del árbol (Sobre sus semejanzas véase el artículo de A. Miller, Ein neuer Sündenfalls Siegelcilinder: “Theologische Quartalschrift,” 99 (1917-1918) 1-28. Sobre otros posibles paralelos literarios véanse la obra de F. Lenormant, Les origines de l'Histoire d'aprés la Bible et les traditions des peuples orientaux II (París 1882) 264; A. Jeremias, Das Alt Testament im Lichte des Alten Orient.).

 

 

La Intervención divina

 

(Gé 3: 8-13 Biblia de Jerusalén).

Gén 3:8 Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahvé Dios que se paseaba [1] por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahvé Dios por entre los árboles del jardín.

Gén 3:9 Yahvé Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»

Gén 3:10 Éste contestó: «Te he oído andar por el jardín y he tenido miedo, porque estoy desnudo; por eso me he escondido.»

Gén 3:11 Él replicó: «¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?»

Gén 3:12 Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.»

Gén 3:13 Dijo, pues, Yahvé Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Contestó la mujer: [1] «La serpiente me sedujo, y comí.»”

 

Al pecado sigue inmediatamente el juicio divino, que viene a poner más de manifiesto el engaño de la serpiente. Es otro pasaje que resalta también el realismo poético del autor sagrado. Los culpables oyen el ruido que hace Yahvé Elohím, que visitaba el jardín, y al instante, sintiendo el cambio que en ellos se había verificado, se esconden en la espesura. El Señor se ve obligado a llamar a Adán, que se disculpa avergonzado desde un escondrijo, pretendiendo justificar su conducta. Los antropomorfismos se suceden: Yahvé Elohím, ante esta inesperada conducta de Adán, se atreve a formular una sospecha: ¿será que habrá comido de la fruta prohibida? Los culpables confiesan lo sucedido, si bien echándose la culpa mutuamente: Adán a Eva, y ésta a la serpiente, a la que no se permite formular disculpa. El interrogatorio es sumamente psicológico y refleja bien el modo de ser de cada uno de los culpables: Adán se justifica con la compañera que El Elohím le dio, como echando al Creador la culpa de que le hubiera otorgado una tan frágil y tentadora compañera. Naturalmente, de todo este encantador interrogatorio no nos hemos de quedar sino con la sustancia del hecho: el hombre pecó, y Su Creador le pidió cuenta de su transgresión. Lo demás son antropomorfismos y situaciones ideales: “YHVH, evidentemente, no tiene necesidad de buscar, llamar, porque sabe todo; pero nuestra narración es una narración popular, en la que el autor, para hacerse comprender de sus contemporáneos, presenta a un Elohím actuando como los hombres” (A. Clamer, o.c., p.138.). Para expresar el desequilibrio pasional que siguió al primer pecado, nada más realista que presentar a los primeros padres avergonzados de comparecer desnudos ante su Señor, con el que antes conversaban familiarmente sin avergonzarse de estar desnudos. “Al sentimiento del pudor se une aquí el del pesar.” Adán trata de atenuar su falta, pues se ha limitado a aceptar el ofrecimiento de una fruta que le ofreció la compañera que El Elohím mismo le había dado. (Agustín de Hipona comenta bellamente: “Eia superbia!, numquid dixit, Peccavi?  Habet confussionis difformitatem, et no habet confessionis humilitatem” (De Gén..  ad litt. XI c.34: PL 34,449).)  La disculpa de la mujer es más atendible, ya que actuó bajo la instigación del principio del mal. Sin duda que hay en ello atenuación de culpabilidad, que el Juez habrá de tener en cuenta, pero no tal que del todo los eximiese de pecado. La serpiente es inexcusable, y, por tanto, El Elohím  no la interroga directamente. Es el ser maligno y maldito, que no tiene atenuación en su malicia, porque ha obrado por hacer frente al Elohím, este ser reptiliano no tiene ninguna ciencia.

¿Puso El Elohím la tentación al alcance de Javah?

Algunas personas creen que si y argumentan de si le dices a un niño que no haga algo le estás poniendo la tentación a hacerlo. Si no quieres tentarle, entonces nunca lo digas nada.

Con esta simple acusación difamatoria algunos sienten que se han despojado de todo peso de culpa y responsabilidad. [Lo cierto es que si se puede acusar legítimamente a Dios de nuestras tragedias, errores y acciones corruptas, entonces el hombre queda “libre” de su responsabilidad delante de ese Dios—y muchos quieren obtener esa libertad (o libertinaje)]. Sin embargo, ellos simplemente no han aprobado a Dios en sus vidas (Romanos 1:28), y en su afán por encontrar algo de paz en medio de sus actos licenciosos que imputan su conciencia, se han embarcado en la búsqueda deliberada de alguna clase de maldad intrínseca en la naturaleza divina.

 

Por otra parte, hay otros que creen en un Elohím que es todo Amor (1 Juan 4:8), pero tienen dificultad en entender, o explicar, (a) ¿por qué Dios permite que algunas cosas sucedan sin intervenir sobrenaturalmente para que esas cosas no afecten a Sus criaturas, y (b) por qué a veces incluso “parece” que Él mismo contribuyera negativamente a la desdicha de la humanidad. Por ende, surge inevitablemente la pregunta, ¿Por qué creó Dios el árbol de la ciencia del bien y del mal?

Para muchos esta pregunta es incontestable—ya que no pueden armonizar la idea de un Dios Kadosh o Santo con la creación de algo que “causó” la caída del hombre.

 

En primer lugar, catalogar el árbol de la ciencia del bien y del mal como algo malo es el primer error que comete la persona que quiere entender las sendas divinas. Génesis 1:31 BIBLIA TIRY registra: “Y luego vio Elohím todo lo que había hecho, y he aquí queestaba muy bien. Y llegó a haber la tarde y llegó a haber la mañana: día 6º”. Las Escrituras claramente afirman que todo lo que Dios había creado no solamente era bueno, sino “estaba muy bien”. Éxodo 20:11 registra que todo fue creado en los 6 días o períodos de actividad creativa, por ende, nada fue creado después de esos 6 días. La conclusión ineludible es que, ya que el árbol de la ciencia del bien y del mal fue creado durante esos seis días, entonces el árbol realmente “estaba muy bien”. este árbol no era una fuente de maldad. El árbol no era “del bien y del mal” (i.e., que contenía el bien y el mal inherentemente), sino era el árbol de la ciencia del bien y del mal; estas son dos cosas diferentes. Cuando Mosheh habló de la “ciencia” que este árbol contenía, usó el término hebreo da‘at, que implica discernimiento y discriminación, pero que no implica necesariamente relación íntima. [Este término se usa solamente 2 veces en Génesis, y ambas veces hace referencia al árbol de la ciencia del bien y del mal]. Pero al expresar tanto discernimiento y relación íntima, Mosheh usó el término yada. De este término el Diccionario Expositivo de Vine  anota: “En esencia, yada significa: (1) saber por observación y reflexión, y (2) saber por experiencia (1999, 1:65, énfasis añadido).

 

Por ende, se puede hallar una diferencia entre estos dos términos en Génesis 4:1, donde “[c]onoció [yadaconocimiento por experiencia íntima] Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín”, y Génesis 2:17, donde Dios declaró, “[M]as del árbol de la ciencia [da‘at—discriminación del conocimiento] del bien y del mal no comerás”. Realmente esta ciencia (o conocimiento) no portaba nada malo en sí misma, ya que no se basaba en la experiencia de lo bueno y lo malo, sino en la ampliación del entendimiento de la mente para diferenciar entre lo bueno y lo malo. En una manera similar a la Biblia—la cual nos da a conocer lo bueno que debemos hacer y lo malo que debemos evitar (sin necesariamente inducirnos al mal)—este árbol portaba este conocimiento.

 

CONCLUSIÓN

Adán, y toda su descendencia humana, gozaron de libre albedrío para escoger el bien. Aunque Adán optó por desobedecer a Su Creador, esto no significa que el plan del Elohím falló. Lo cierto es que cuando el hombre cae en pecado y desobediencia, no se debe culpar al Elohím Eterno. Jacobo declaró: “Nadie que es tentado, diga: Soy tentado por DIOS; porque DIOS no puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie” (Sant 1:13 BTX4ª). Los creyentes nazarenos podemos estar seguros que, en nuestro ejercicio volitivo, el anhelo divino siempre será nuestro bien. Así como Adán tuvo que escoger entre la vida y la muerte, nosotros estamos llamados a hacer nuestra propia elección. Y desde luego, es la voluntad ddivin que escojamos la vida. Mosheh instó al pueblo: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19).

 

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